Directora de investigación: Dra. Verónica Sentis Herrmann  Co-Investigador: Mg. Lorena Saavedra G.

Abarcar diez años de teatro santiaguino en pocas palabras es un trabajo ilusorio. La multiplicidad de la oferta teatral entre los años 2000-2010 fue diversa, por lo tanto, y en términos generales, podemos afirmas que la primera década del siglo XXI se presentó múltiple, compleja e híbrida.

Luego de un fin de siglo que auspiciaba cambios en materia política-social, y a diez años del retorno a la democracia, Chile vivió en el apogeo del sistema neoliberal, y la sociedad comenzó a ver como los acuerdos no fueron cumplidos o por lo menos no fueron suficientes. Si bien el país creció y se consolidó en materia económica, la desigualdad social fue uno de los aspectos más visibles, generando grandes brechas dentro de las clases sociales. Por otro lado, en materia judicial, la nación vivió y fue testigo de la indignación por la falta de justicia, en relación a la violación de los Derechos Humanos ejercidos durante los años de dictadura militar del General Augusto Pinochet. Esto pese a los esfuerzos realizados por los distintos gobiernos que vivieron “la transición democrática”, como lo fueron la Mesa de Diálogo y el Informe Valech. Ambos esfuerzos seguían siendo menores para los familiares de los afectados, pues estas y muchas otras acciones fueron producto de pactos y acuerdos a puertas cerradas. Más aun sumado a la impunidad de Pinochet, junto a limitaciones y cambios drásticos producto de la constitución de 1980.

Estos acontecimientos ocurridos en Chile, más la caída de los grandes relatos, fueron asumidos por los artistas locales quienes comenzaron a realizar trabajos (puestas en escena y dramaturgias) en donde las formas y modelos precedentes fueron intervenidos dando cuenta, en nuevas estéticas, de las problemáticas político-sociales de aquellos años.

En el plano cultural, uno de los hechos relevantes que se materializó en esos diez años, bajo la presidencia de Ricardo Lagos Escobar, fue la creación en año 2003 del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes dirigido por José Weinstein. Con esta creación se deja en evidencia el lugar otorgado por los nuevos gobiernos democráticos a la cultura, estableciendo una diferencia con la dictadura militar al instaurarse institucionalmente el arte y el desarrollo cultural dentro de los planes gubernamentales.

Es así como entre los años 2000 y 2010, la ciudad de Santiago amplió notoriamente sus actividades. El teatro, la danza, la música, las artes visuales, el cine, entre otras manifestaciones artísticas crecieron significativamente. En el plano teatral aumentaron las puestas en escena en cartelera, como también los festivales teatrales y el público asistente. Este auge fue consecuencia de las políticas culturales desarrollas por los diferentes gobiernos de la concertación, junto a iniciativas particulares y privadas que terminan por generar una gran variedad de montajes. En ellos se conjugaron grupos consagrados con nuevas compañías teatrales, como resultado de la gran cantidad de escuelas universitarias e institutos profesionales que impartían la carrera de teatro en la región.

Estas mezclas de generaciones y visiones de mundo, junto al desarrollo de la globalización, generaron cruces significativos que se plasmaron en los resultados artísticos, basados principalmente en la experimentación e investigación. Fue una década donde los textos clásicos son abordados desde nuevas lecturas y las dramaturgias locales tomaron fuerza, apareciendo en muchos casos la figura del autor-director. Otro aspecto destacado fueron los trabajos de nuevas compañías, donde los lenguajes y las disciplinas artísticas se entrecruzan forjando espectáculos novedosos y estéticamente atractivos. Es decir, aparecen trabajos interdisciplinarios. La imagen, las sensaciones y el cuerpo aparecen como ejes preponderantes en las puestas en escena y, donde las dramaturgias intensifican su diversidad en cuanto técnica y temáticas.

Muchas de las obras santiaguinas transitan en lo liminal; entre el teatro y la performance, como resultado de los giros, rupturas y contaminaciones escénicas y textuales en el teatro occidental. Esta nueva corriente que se encontraba en pleno desarrollo en el teatro Europeo, y que es conocido como Teatro Posdramático (Lehmann), donde el énfasis está en la perdida de la hegemonía del texto literario, también se trasladó a Santiago, diversificando, aun más, la corriente teatral que se venía gestando desde los años 90.

Junto a la desestructuración del texto, aparece otro punto que comienza a tomar fuerza en el teatro santiaguino: “la crisis de la representación”. Ejemplo de ello es la obra Cristo del año 2008 dirigida por Manuela Infante. De este modo, muchos grupos jóvenes gracias a los avances tecnológicos y la accesibilidad a los viajes (pasantías, becas de magister y doctorados), tuvieron la posibilidad de observar y participar con otros teatros contemporáneos tanto occidentales como asiáticos. Su experiencia en festivales, congresos e intercambios, les permitió experimentar y reflexionar sobre formas y estilos, que finalmente los llevan a preguntarse por el contenido ético, las estéticas y políticas al interior de las puestas en escena.

Tanto compañías consagradas como grupos jóvenes, en su mayoría, no piensan en el producto final, es decir, en un espectáculo acabado. Sino que el proceso creativo y los ensayos son primordiales, permitiéndose jugar y experimentar. Es una década donde el énfasis está en “el proceso más que en los resultados”, apareciendo semi montajes o working progress.

Es así como convergen directores, dramaturgos y compañías consagradas con nuevas generaciones que, desde el retorno a la democracia y en estos últimos diez años, han generado trabajos artísticos destacados. Algunos ejemplos de estos grupos son: el Gran Circo Teatro, Teatro La Memoria, Teatro La María, Teatro de Chile, La Patogallina, Teatro La Puerta, El Cancerbero, Equilibrio Precario, Teatro en el Blanco, Tryo Teatro Banda, La Nacional, entre otros.

En el plano de la dramaturgia textual predominaron autores que juegan con las formas y estilos. El énfasis estuvo en temáticas que apuntan hacia las desigualdades, las promesas no cumplidas, la memoria histórica perdida, la tecnología, el mundo marginal y excluido en esta nueva democracia, es decir, la segregación e intensificación de las clases sociales.

Aparecen como material de trabajo las crónicas policiales como en H.P (Hans Pozo) del año 2007 y Niñas Arañas del año 2008, ambos escritos por Luis Barrales y puestos en escena por Teatro La Nacional; relatos testimoniales como fue el caso de Cuerpo del 2005 dirigida por Rodrigo Pérez; la reelaboración de leyendas, mitos o personajes icónicos como Prat 2002, y Narciso 2005 dirigidos por Manuela Infante; la incorporación de materialidades que evidencian los avances tecnológicos y los mass media, ejemplo de ello fue la obra escrita por Cristian Soto Santiago High Tech el año 2002. En fin, obras que fueron el resultado de la diversidad de artistas creadores y del mundo globalizado en que vivimos.

Como lo mencionamos en un principio, podemos afirmar que esta década estuvo constituida por la heterogeneidad, hibridez, deconstrucción tanto del texto como de la puesta en escena, la emergencia del cuerpo y la afectación. Resultado de poéticas particulares que no necesariamente se encontraron influenciadas de manera total por estéticas y movimientos teatrales preponderantes y canónicos de décadas pasadas en Chile. Sin embargo, aquellas obras respondían a un tipo de teatro que si se realizaba en Europa, por lo tanto, responde a la influencia cultural que ya en los años 2000 era accesible para muchos creadores que conocían tanto textos como puestas en escena contemporáneas de otros lugares geográficos.

Uno de los grandes quiebres que se produjo en estas nuevas formas teatrales se evidencia en la dramaturgia, en la ruptura con lo textual. Entendiendo éste como traslación del texto dramático a la puesta en escena. En aquellos años predomina la dramaturgia escénica, lo que surge de la praxis, que también responde a estructuras organizacionales horizontales. Modelo que se enfatizó al ser muchos de los autores también actores, lo que a la postre dio una mirada distinta de las teatralidades.

La organización en compañías y colectivos también dio cuenta de maneras de enfrentar administrativamente los roles dentro de un grupo. En general, aunque de todas maneras existan roles según la disciplina de cada integrante, se permitía que todos fuesen parte del proceso y de las decisiones que se tomaban al interior de ellas. Por lo tanto, la jerarquía no fue un punto dominante, más bien se trabajó de manera horizontal, siendo todos gestores de un trabajo artístico, donde finalmente es éste el importante.

A raíz del creciente aumento de compañías, los espacios de representación se volvieron cada vez más escasos frente a la alta demanda de estrenos. Si bien en Santiago existían algunas salas establecidas pertenecientes a instituciones universitarias públicas y privadas, estas no eran suficientes. Es por esta razón que los nuevos grupos comienzan a gestionar sus propios recintos para ensayos y muestras. Principalmente inmuebles adaptados para las representaciones teatrales. Es así como se suman nuevas salas para poder concretar sus trabajos artísticos y abarcar a un público creciente. También aumentaron notoriamente los espectáculos callejeros y obras presentadas en lugares físicos reales como departamentos, micros, el cementerio, hospitales, entre otros. Sin embargo, estos nuevos espacios se vieron constantemente en crisis productos de los gastos económicos que involucraba adquirirlas y mantenerlas.

Hacia fines de la primera década del siglo XXI la actividad teatral sigue en auge. Siendo enero un mes donde se congrega un público masivo en torno Santiago a Mil. Festival que se ha instaurado en la capital y que hoy en día también cuenta con extensión a otras regiones del país. El festival congrega a todo tipo de público con obras nacionales e internacionales, además de espectáculos gratuitos tanto en salas como en espacios públicos.

De este modo, y frente a la creciente oferta de teatro en la capital, somos testigos de cómo las diversas obras son un espejo de la multiplicidad, vorágine y cambiante vida de una sociedad de consumo. Compañías en busca de una identidad propia, preocupada de recupera su verdad e historia. Artistas que, a partir de sus trabajos teatrales, reflejan de manera caleidoscópica la variedad de formas, estilos y pensamientos en relación a nuestro país. Es decir, una década donde las teatralidades se intensifican, se mezclan y se extrapolen, obras que se despojan de toda artificialidad, en donde la figura del actor/personaje entra en crisis y otras donde se exacerban la teatralidad. Grupos teatrales que no solo trabajan a partir de subvención del estado, sino que busca en la autogestión trabajar a pulso sin tener que responder a la institucionalidad, lo que también les permite tener una visión más crítica y severa de nuestra sociedad. Es resumen, diez años marcados por el juego, la experimentación la salida del teatro tradicional basado esencialmente en el diálogo, la ruptura de la línea argumental lógica y la puesta en escena coherente.

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