Directora de investigación: Dra. Verónica Sentis Herrmann  Co-Investigador: Mg. Lorena Saavedra G.

Tras investigar durante 10 años el comportamiento del teatro regional a través de las escuelas de formación de actores y de las compañías más relevantes de Valparaíso, se vuele evidente el contraste con el periodo anterior. Si bien durante la década que fue de 1990 a 2000, como ya dijimos, no se abrió la carrera teatral en ninguna de las cuatro universidades tradicionales de la Región, la década siguiente vio totalmente invertida la situación. Nos referimos a la apertura, prácticamente descontrolada, de instancias universitarias (tanto públicas como privadas) que ofrecían la formación actoral, sin contemplar la real demanda del mercado laboral, la necesidad de coordinación entre centros estatales o la cautela en la utilización de fondos públicos.

La primera institución universitaria que ofertó una Carrera de Actuación Teatral fue la ya desaparecida Universidad del Mar. El año 2002 inauguró su primer año, en el entendido de que era una disciplina que tendría una gran cantidad de postulantes. Efectivamente fue así ese ingreso, pero ya desde el año 2003, tras la apertura de la Carrera de Teatro de la Universidad de Playa Ancha, que al poseer carácter estatal permitía el acceso a becas y créditos para sus alumnos, el número de estudiantes interesados en estudiar teatro en la Universidad del Mar comenzó a disminuir progresivamente, hasta demostrarse que la carrera era inviable económicamente para una universidad privada que, en su calidad de empresa educativa, adhería al lucro en la educación. El año 2011 se graduaron los últimos estudiantes que quedaban rezagados, cerrándose de manera definitiva un proyecto que había sido pionero en la región.

Por otra parte, la Carrera de Teatro de la Universidad de Playa Ancha comenzaba a instalarse con fuerza, al hacerse heredera de la formación iniciada en 1969 por la Carrera de Teatro de la Universidad de Chile, sede Valparaíso, la que había sido interrumpida drásticamente en 1974 como resultado de la intervención universitaria implementada por la dictadura. La Carrera de Teatro UPLA se proponía, entonces, como la revalorización de esta disciplina artística en una casa de estudios pública, volviendo transversal y no elitista el estudio del arte dramático.

Si bien, tras estas dos iniciativas universitarias, se podría haber esperado que la formación teatral estuviera cubierta en la región, dada la existencia de una carrera privada y otra pública (más aún si tomamos en cuenta la Carrera de Actuación Escénica que se dictaba en el DUOC UC de Viña del Mar, en su calidad de Instituto Profesional), lo cierto es que la competencia irracional por abrir centros universitarios de formación de actores estaba sólo comenzando.

En el año 2003, la Universidad Arcis, sede local, abrió un Plan Común de Artes que proponía como una de las opciones, tras dos años de contacto con distintas áreas expresivas, escoger la formación en el ámbito dramático. La iniciativa fue deficitaria desde un comienzo, no logrando interesar a más que 12 estudiantes de todo el ingreso. Dada la crisis decidió fusionarse, en el año 2005, con la tradicional escuela independiente Teatro la Matriz (que funcionaba desde 1997) para convertirse en una nueva carrera de teatro con una malla curricular modificada, que aunaba los estudiantes de ambos centros. La fusión comenzó, a poco andar, a fracturarse internamente. La dirección de la Escuela conducida por Ximena Flores, creadora y directora del proyecto La Matriz, no compartía los predicamentos del director de la sede local de la Arcis, Carlos Zarricueta, por lo que se volvió imposible la gestión. Los acuerdos entre partes no se cumplieron, los alumnos escaseaban y, en el año 2007, al despedir a Flores de la dirección, los pocos estudiantes que quedaban se tomaron la Sede y se dio fin definitivo al emprendimiento, trasladándose algunos estudiantes a la Universidad del Mar para titularse, otros a la Carrera de Teatro Arcis de Santiago, mientras que no pocos abandonaron la formación.

Finalmente, el año 2005, la Universidad de Valparaíso, universidad del Estado proveniente también de la Universidad de Chile, sede local, decidió abrir la Carrera de Actuación Teatral en la región.

Su propuesta aportaba un plan de estudios que no sólo titulaba a sus estudiantes como Actor/Actriz y otorgaba una licenciatura en el área, sino que ofrecía cuatro especialidades, cuyo objetivo era aumentar las posibilidades de inserción laboral de sus egresados: Dramaturgia, Dirección de Grupos, Pedagogía Teatral y Gestión y Producción Teatral.

Una rápida mirada a las escuelas de formación de actores de la primera década del siglo XXI en Valparaíso, nos muestra cómo todos los emprendimientos universitarios privados quebraron indefectiblemente, al no poder sostener la rentabilidad o el equilibrio entre ingreso económico vía aranceles y egreso vía gastos de implementación de la Carrera. Para comprenderlo es necesario tener en cuenta que la disciplina dramática es de alto costo. Se trabaja con pocos estudiantes, los que requieren una atención personalizada. Hay una fuerte demanda de espacios adecuados para el entrenamiento y exhibición de los actores. Es necesario contar con elementos técnicos específicos para las muestras de Artes Escénicas y las asignaturas prácticas, que comprenden la formación de un intérprete, exigen muchas horas directas en el currículo.

Al día de hoy sólo quedan dos universidades del Estado, la Universidad de Playa Ancha, cuya carrera de teatro fue abierta el 2003 y la Universidad de Valparaíso, que inició la carrera el 2005, que ofertan la formación teatral en la región, lo que sin duda suscita toda clase de cuestionamientos.

¿Cómo se justifica que una profesión como ésta, cuya tasa de empleabilidad es preocupantemente baja, esté replicada en dos universidades públicas? ¿Qué organismo o proceso cautela la inversión de fondos estatales en educación? ¿Existe un diseño, por parte del Estado, que planifique el mercado laboral futuro desde la oferta educativa universitaria actual?

Al respecto, es necesario comentar que existió, durante pocos años, un organismo encargado que intentó coordinar y velar por la inversión de fondos públicos en educación universitaria, llamada Comisión de Autorregulación Concordada. Dicha comisión fue un acuerdo entre partes, suscrito por los rectores de las universidades tradicionales, que tenía como objetivo supervisar la apertura de nuevas carreras en las universidades miembros del Consejo de Rectores (CRUCH) evitando, entre otras cosas, replicar las disciplinas ofrecidas entre una casa de estudios y otra, asegurando así la no saturación del mercado laboral respectivo. Dicha comisión sesionó entre los años 1995 y 2003, destacando entre sus funciones la orientación entregada a las universidades miembros respecto de las nuevas carreras propuestas, la emisión de pronunciamientos fundamentados respecto a la pertinencia, calidad, viabilidad y factibilidad de los proyectos presentados y la información oportuna y transversal sobre el tema al Consejo de Rectores.

Esta iniciativa cesó el 2003 por dos motivos: el primero, porque se presuponía que la Comisión Nacional de Acreditación asumiría dicha labor. El segundo, y sumamente importante, debido a la desigualdad que existía entre la férrea regulación que se imponían las propias universidades tradicionales al aspirar a una oferta responsable, que contrastaba con la liviandad de acción de las universidades privadas que abrían cualquier carrera, sin contemplar una real inserción laboral, saturando irresponsablemente el mercado con profesionales que estaban destinados o a altas tasas de cesantía o a bajos sueldos, dada la sobreoferta profesional en el campo.

Sin duda solucionar el problema eliminando todo control racional en la apertura de carreras, no fue la mejor solución. Al dejar, la comisión, de cumplir sus funciones reguladoras, se produjo una sobreoferta en disciplinas cuyo campo laboral era y es reducido. Incluso actualmente, podemos ver que el indicador que decide la perdurabilidad de una carrera en el tiempo está puesto exclusivamente en su capacidad de completar los cupos de ingreso de primer año, lo que significa que la educación pública está regulada por una lógica de oferta y demanda, vale decir, por el mercado. Lo anterior evidencia la ausencia de un rol conductor del Estado en la planificación del campo profesional futuro, al no controlar la oferta de las universidades que de él dependen. De este modo, podemos observar que en la región de Valparaíso existen actualmente dos carreras que imparten el título profesional de actor, que sumados los cupos de ambas instancias se llega a 60 puestos para estudiar la disciplina teatral en primer año, lo que ha significado una saturación, en el corto plazo, de este campo profesional.

Por otra parte, desde otra óptica, enfocándonos sólo en los aspectos positivos que ha tenido en la región la desproporcionada cantidad de carreras de teatro que se abrieron en esta década, tenemos que señalar la radicación en la región de profesionales con un alto grado de formación artística y académica en el área, que han contribuido no sólo a la formación de actores de calidad, sino también a la producción de obras de mejor estándar artístico. También es necesario rescatar como un elemento positivo el aumento en la cantidad de compañías, que al constituirse como nuevos grupos, han aportado una mirada renovada a la creación teatral, contribuyendo a la variedad de discursos, perspectivas y procedimientos en la creación dramática local, que durante cerca de 30 años había ido pauperizando progresivamente su producción.

A pesar de ello, no podemos dejar de insistir en que las secuelas producidas por la intervención de la dictadura en las universidades del Estado son aún evidentes. Como ya se ha señalado, existen dos universidades públicas en una Región que no justifica la duplicidad, ambas herederas de la antes sede regional de la Universidad de Chile. Si bien en el momento de la división (1982) las áreas de cada casa de estudios estaban claramente delimitadas, actualmente, dada la natural necesidad de desarrollo de ambas instituciones, las carreras se replican, las iniciativas se repiten y los mercados laborales se saturan. Si a ello se le agrega la necesidad de competir por el ingreso de estudiantes, al ser ésta la principal fuente de financiamiento universitario, las iniciativas comunes que podrían redundar en un beneficio de la comunidad local quedan descartadas, pues es necesario diferenciarse a toda costa, como estrategia de captación de futuros alumnos.

Si bien esto es común para todas las disciplinas, en el ámbito artístico es un tema particularmente delicado. Históricamente la empleabilidad de la carrera de teatro es la más baja del mercado laboral. Las posibilidades de encontrar trabajo en esta profesión, tras dos años de egresado, no superan el 32% promedio. Sin duda, una cifra como ésta hay que explicarla a través de múltiples factores, pero lo cierto es que el rol del Estado, en este caso, se vuelve aún más fundamental. No sólo debe incentivar, apoyar y proteger una manifestación artística que no se solventa a través de un criterio productivista, sino que también es recomendable que regule la cantidad de profesionales del área, de manera tal que el aumento de especialistas en la disciplina se produzca paralelamente con el crecimiento de demanda de la profesión, evitando con ello la frustración, el desempleo y la sobreoferta, que conlleva un inmediato descenso del salario de un actor. Estamos hablando, entonces, de la necesidad de un Estado con liderazgo, que planifique, diseñe y participe en el futuro de la nación de una manera mucho más decisiva que el sólo pensar estrategias acotadas al breve periodo presidencial.

A modo de cierre, y haciendo un balance entre aciertos y errores, podríamos decir que, en términos generales, esta década ha sido positiva en el crecimiento y la profesionalización del campo teatral porteño. En ella se ha vuelto a validar el teatro como una significativa disciplina artística, siendo incluida dentro de las profesiones que merecen ser dictadas por los centros universitarios, lo que ha generado la apertura de salas de arte escénico con cartelera permanente. Esto mismo ha permitido la generación de audiencias, las que día a día asisten con mayor asiduidad a ver espectáculos de calidad, tanto locales, como nacionales e internacionales. Hoy por hoy podemos hablar de un desarrollo local propio, de carácter particular, que se valida en la pertenencia a la comunidad que lo contiene y que se piensa a sí misma a través del ejercicio del arte como un discurso.

Esperamos, esta vez, estar frente a un proceso que no se fracturará en el tiempo y que nos permita, en su devenir y continuidad, superar los desaciertos y potenciar los hallazgos.

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