La evolución del movimiento teatral de este periodo estuvo marcada por la profundización del modelo económico neoliberal que había sido adoptado durante la etapa anterior y, a la vez, por una mayor apertura política generada por las crisis en la que se vio inmerso el gobierno militar.

Un rasgo predominante de esta etapa fue la diversidad de iniciativas culturales que aparecieron. Por una parte, eran una alternativa de subsistencia para los teatristas y, por otra, aspiraban a reanimar el alicaído arte regional, gestándose un sinnúmero de grupos y talleres de teatro de carácter amateur, destinados a adultos y adolescentes. Dentro de ellos destacó, por su continuidad hasta el día de hoy, el grupo Teatro Evolución dirigido por la actriz nortina Flor Palacios, el que estaba integrado por estudiantes de Enseñanza Media. Mantenían una cartelera infantil, dando funciones en una sala del Palacio Lyon de Valparaíso, donde funcionaba la Secretaría de Relaciones Culturales. Si bien era un taller no profesionalizante, en él iniciaron su carrera variados actores que, años más tarde, se incorporaron al teatro local, como fue el caso de Alejandro Cid y Agustín Letelier, entre otros.

Paralelamente, también la oficialidad cultural intentaba estimular un cierto movimiento teatral, continuando con la Academia de Arte Dramático de La Secretaría Regional de Relaciones Culturales de la V Región. Prueba de ello es que en 1984 se titularon sus primeros egresados con el título de Técnico Teatral con Especialidad en Actuación. En la misma línea, el Ministerio de Educación organizó ese año un Concurso de Dramaturgia Nacional para incentivar desde el Gobierno la autoría dramática, en oposición a la creciente dramaturgia antidictatorial en la que Juan Radrigán aparecía como uno de los creadores más relevantes.

Sin embargo, a pesar de los intentos de reactivación tanto oficiales como alternativos, el impacto de la crisis económica en el teatro local era evidente. La mayor parte de las obras en cartelera eran presentadas en verano por compañías capitalinas y sólo algunos grupos regionales lograban trabajar de manera constante. En contraste, el triunfo del teatro comercial continuaba en ascenso, evidenciando el interés del público viñamarino, sector más favorecido económicamente, por consumir espectáculos de grandes figuras y sin color político. Prueba de ello fue la apertura de tres pequeñas salas, conocidas como Las Tablas y de propiedad de Roberto Nicolini, entre 1985 y 1987, en pleno centro de Viña del Mar.

Durante toda la Dictadura las decisiones políticas implementadas por la Junta de Gobierno repercutieron directamente en el movimiento teatral. Así, tras la publicación de listas que autorizaban el regreso de algunos de los exiliados a Chile, volvieron a Valparaíso teatristas que habían partido al destierro luego del Golpe de Estado de 1973. Caso emblemático fue lo que ocurrió con la Compañía ATEVA, la que se reagrupó en 1986 para dar la bienvenida a uno de sus miembros y, de este modo, volvió a ponerse en funcionamiento hasta nuestros días.

Como resultado de las nuevas políticas que debía aplicar el Régimen para combatir su desgaste, se autorizaron desde 1986 la creación de espacios de reunión para actividades artíticas. De entre ellos destacó la Sala Academia Teatro Victoria, centro cultural ubicado en el antiguo salón Louis Jouvet del Instituto Chileno Francés de Valparaíso, en la calle Esmeralda 1083, que daba cabida tanto a teatro adulto como infantil y a una variedad de actividades musicales. Otra iniciativa significativa fue la Multisala 14, administrada por los dueños del Café del Cerro de Santiago y que mantuvo un lineamiento similar.

Las primeras muestras del floreciente movimiento de teatro callejero que invadía Santiago desde el ´84, aparecieron en Valparaíso en 1986, realizado por actores titulados de la Academia de la Secretaría de Relaciones Culturales. Cuatro ex alumnos formaron una compañía llamada Teatro Callejero Viña Urbano, dando inicio a este estilo de teatro en la Región. Las razones argüidas por el grupo para elegir este tipo de teatro, eran el alto precio de arriendo de los espacios y el interés que tenían por acercarse a un público desfavorecido económicamente, que no acostumbraba concurrir a una sala tradicional. Necesario es decir que estas iniciativas se topaban con la represión de carabineros, que según criterios impredecibles, aceptaba o denegaba el derecho a dar funciones en la vía pública.

A fines de ese mismo año, como una corriente de aire fresco, regresaron por primera vez de Europa Pedro y Mauricio Celedón, actores que habían estado trabajando en Francia con Etienne Decroux, Marcel Marceau y la Compañía Teatro Du Solei. Realizaron un taller de mimos en la Academia Teatro Victoria y una intervención callejera, dando inicio al vínculo entre la ciudad de Valparaíso y lo que posteriormente sería El Teatro del Silencio.
Ya en 1987 la Academia Teatral de la Secretaría Regional de Relaciones Culturales se cerró, siendo desalojadas sus dependencias para convertir el espacio en un museo. Concluyó con esto la única instancia oficial de estudios teatrales implementada por las políticas culturales de la Dictadura. En consecuencia, muchos grupos de teatro aficionado y diversas iniciativas artístico-culturales que funcionaban en el Palacio Lyon tuvieron que abandonar el lugar. Así, buscando una mayor respuesta de público y mejoras económicas, muchos grupos mudaron su trabajo a Viña del Mar. Ejemplo de ello fueron Vicente Barattini y Silvio Viancos, del grupo Las Máscaras, quienes fundaron la Sala el Callejón en la Avda. Valparaíso de la Ciudad Jardín, como una alternativa al trabajo realizado por Roberto Nicolini.

Definieron para su espacio una misión regional, donde se daban espectáculos de grupo locales y no de elencos santiaguinos. La idea del Callejón era generar también una suerte de centro cultural con talleres dramáticos, una academia teatral y obras para un público infantil y adulto. Si bien el intento tuvo buena acogida y gran asistencia de espectadores, no logró mantenerse en el tiempo, pues los altos precios del alquiler del local impidieron su viabilidad económica.

Ya en 1988, tras el triunfo del No en el Plebiscito Nacional, ex miembros del grupo El Farol junto a otros actores porteños, contactaron en Santiago al actor y director Juan Edmundo González, para que les dictase un taller de voz. Tenían la intención de seguir perfeccionándose al sentir que se avecinaban tiempos de apertura y cambio. La iniciativa fue tomando cada vez más cuerpo, lo que dio origen a la compañía CITE (Compañía de Investigación Teatral), la que con su montaje Un Extraño Ser con Alas marcó el punto artístico más alto de la década, alejándose por primer vez del realismo e instalando temáticas específicas de Latinoamérica, esta vez alejadas del canon costumbrista.

Con el triunfo de este montaje tanto en la capital como en el medio local, el mundo teatral porteño comenzó la transición ansiando nuevos aires, esperanzado en lo que podría traer para el arte la recuperada democracia.