Ya desde 1976 se empezó a apreciar cuál era el cambio cultural y económico que pretendía implementar el nuevo régimen.
Por una parte, continuaba el desarrollo exponencial del teatro infantil de la primera etapa de la dictadura, creándose compañías que tenían incluso dos nombres según el ámbito etario al que estaba dirigida cada obra. Ejemplo de ello fue la compañía las Máscaras, creada en 1976, que también se llamaba compañía infantil Sartte, cuando realizaba espectáculos para niños. Dentro de las actividades del teatro infantil se empezó a evidenciar la influencia de la televisión a través de la inclusión de concursos al comienzo de las mismas funciones, transformando la asistencia al teatro en un show que incluía más aspectos que la mera representación. Las temáticas de estos concursos recalcaban la construcción de un espíritu nacional, realizando actividades como dibujos sobre la patria y sus figuras emblemáticas asociadas. La sala que más público infantil convocaba era la sala del Cine Arte de Viña del Mar. Las compañías realizaban sagas de una semana a otra en las que, a través de un personaje máscara, se abordaban las distintas historias y situaciones por las que atravesaba un mismo personaje. Poco a poco se incorporaba al evento teatral el modelo de los programas televisivos infantiles de la dictadura, tales como Los Bochincheros, Sacapuntas, etc. que, si bien aún mantenían la idea del rol de la televisión como vehículo educativo, ya se empezaba a vislumbrar un cambio de mirada en el que las cosas se lograban a través de competencias. Lo mismo se reflejaba en la programación para adultos. Ejemplo de ello era El Festival de la Una cuya matriz ideológica planteaba que, más allá de la exclusión esencial del nuevo sistema económico, la falta de recursos se podía resolver a través de un golpe de suerte en el que el destino beneficiaba a un participante cualquiera a través de un concurso.

En el ámbito del teatro profesional uno de los hitos significativos del periodo fue el cierre definitivo del Elenco Estable de Teatro de la Universidad de Chile. Este hecho marcó el fin de la responsabilidad estatal respecto al fomento del teatro y la cultura local. Al terminarse la única compañía financiada por el Estado a través de la Universidad, se acababa la posibilidad de programar obras más allá del propio gusto de público. Vale decir, desde 1978 toda compañía que decidiese montar un espectáculo, debía considerar el aspecto comercial de éste, pues toda iniciativa quedó reducida a la autogestión, dada la ausencia de políticas públicas que permitiesen un diseño cultural a largo plazo.

En ese mismo año empezó a rearticularse lentamente el movimiento de teatro aficionado, el que para evitar posibles represiones, funcionaba al amparo de las parroquias, único lugar en el que no se los podía acusar de actividades subversivas. Ejemplo de ellos es el Taller Teatral La Gruta, en el que se formó gente que continúa en la actividad teatral no profesional, como es el caso de Antonio Poblete, cuyo grupo de teatro aficionado, Teatro Anónimo, funcionó hasta febrero de 2012 en las dependencias del Instituto IPA
A pesar del ambiente adverso, parte de los actores del elenco de la Compañía de Teatro de la Universidad de Chile, fundaron la Compañía El Farol, y continuaron la búsqueda temática y formal que habían desarrollado durante su pertenencia universitaria. En ese sentido es destacable la realización, en 1979, del primer montaje de creación colectiva y observación directa de la región, Sucedió en la Caleta, dirigido por Juan Cuevas (director de capitalino ligado a Gustavo Meza), el que permitió reinscribir la producción teatral local en la corriente que se estaba desarrollando en Santiago. Nació también con ex – actores del Elenco de la Universidad la compañía Baco, pero fue de muy corta duración y no tuvo la significación del trabajo desarrollado por El Farol.

A pesar de estas iniciativas específicas, tras seis años del golpe Militar, era evidente la decadencia sufrida en ambiente teatral de Valparaíso. A nivel institucional se intentaba reactivar el movimiento dictando charlas y cursillos breves de voz y actuación, al amparo de la Secretaría Regional de Gobierno y la Secretaría Regional de Relaciones Culturales. Se editaban triunfalistas notas en El Mercurio de Valparaíso, afirmando que si bien el teatro había sufrido una crisis por el cierre de la Carrera de Teatro, ésta se estaba superando, pues se estarían creando nuevas compañías que ayudarían a salir de la decadencia. En realidad, la información vertida era contradictoria. Por una parte se percibía la disminución de la actividad teatral en Valparaíso y, por otra, funcionarios de gobierno, como en el caso de Pilar León Sagres, Secretaria Regional de Relaciones Culturales de la época, negaban la decadencia, relativizándola o comentando que el arte dramático se desarrollaba mejor en medio de la crisis.

En términos reales, lo observable es que en 1979 el movimiento teatral en Valparaíso había retrocedido, salvo por la existencia de unos pocos actores universitarios, al estado del teatro local de los años 50. Ejemplo de ello fue la Compañía IPA, que había mantenido una programación variada y un elenco estable desde 1958 y que ya desde 1977 sólo mostraba teatro infantil, no volviendo nunca más a producir como en los años precedentes.

Por otra parte, como modo de generar cierta visibilidad de las actividades artístico-dramáticas, se apoyaron institucionalmente algunas iniciativas particulares, cómo fue el caso de las realizadas por Roberto Nicolini. Comenzó como un actor dentro de otras compañías y, posteriormente, formó su grupo propio. Fue Director del Primer Festival de Teatro Infantil organizado por la Secretaría Regional de Relaciones Culturales de la V Región, se le otorgó un espacio como sala de teatro en el Palacio de la Quinta Rioja de Viña del Mar con el apoyo de la Municipalidad y condujo el conocido programa infantil Pipiripao en el canal de televisión de la Universidad Católica de Valparaíso. Posteriormente abrió su propia sala, Las Tablas de Viña del Mar, a la que venían destacados actores del teatro y de la televisión santiaguina. Si bien no es correcto decir que Nicolini haya sido un aliado del régimen, lo cierto es que su neutral manejo político y su temática principalmente infantil junto a su reconocida capacidad como productor, facilitaban el apoyo oficial que optaba por un arte sin trazo ideológico.

En 1981, con la intención de resolver la ausencia de escuelas de formación teatral, La Secretaría Regional de Relaciones Culturales creó una Academia de Arte Dramático. Contaba con un cupo variable de 20 a 30 alumnos por año y estaba conducida por Carlos Vargas Tapia, actor titulado por la Universidad de Chile, Sede Valparaíso, que había sido también parte de su elenco estable. Si bien el programa de esta academia gibarizaba la formación artística, reduciendo a una tecnicatura no universitaria de dos años, un proyecto de formación artística que había sido pensado en cinco años, fue la única instancia formativa estable que atravesó la dictadura, tras el cierre definitivo de la Carrera de Teatro. Paralelamente, es observable durante todos estos años, una enorme variedad de cursos y talleres de actuación particulares que intentaban desarrollar las destrezas básicas del arte dramático, dirigidos a participantes de todas las edades. El objetivo de dichos talleres era remediar la ausencia de instancias formativas y sensibilizar sobre la disciplina, por una parte y, por otra, generar ingresos estables para aquellos actores que dictaban los cursos y que no tenían acceso a instancias laborales estables.