Terror y desarticulación

El primer indicador evidente del Golpe Militar fue la casi extinción de la cartelera. La mayoría de las compañías detuvieron la producción durante los primeros meses del Golpe, ya sea por la desaparición, detención o exilio de sus miembros, como por la ansiedad que producía el desconocimiento de los parámetros de censura.
Por otra parte, el toque de queda impedía la asistencia a las salas de teatro en el horario normal, interrumpiéndose la actividad aproximadamente por el resto de 1973. Cuando las agrupaciones volvieron a sus actividades, lo hicieron casi exclusivamente con un repertorio de Teatro Infantil. Esto se explica tanto por el horario temprano en el que se exhibían estas funciones, por la neutralidad ideológica de las obras, como por la necesidad por parte de los teatristas de recaudar el ingreso de taquilla para poder subsistir. En el mismo sentido es importante recordar que se había derogado la exención de impuestos que protegía al teatro desde 1935, lo que significaba que para cada obra, si las compañías querían logar la exención de impuestos y así obtener más dinero para el elenco, debían demostrar el interés cultural de la misma, realizando un trámite frente al Ministerio de Educación, que correspondía a una velada manera de censura de la cartelera.

El teatro universitario de la región había sido por décadas el mayor productor local de arte escénico y fue, justamente este sector, el más golpeado por las iniciativas represivas del régimen. Uno de los pocos grupos nuevos de teatro que surgió inmediatamente tras el Golpe de Estado fue Del Rostro, dirigido por Oscar Stuardo y que funcionaba bajo el amparo de la Universidad Federico Santa María. Si bien habían comenzado a ensayar una obra para adultos, el cambio de contexto los obligó a cambiar el montaje, siendo su estreno una obra infantil, como estrategia para eludir la posible censura. La iniciativa, como todas las de la época (Kobramte, la Gaviota), fue de corta duración, pues ya en 1976 se disolvieron por falta de apoyo. La crisis de financiamiento, la falta de salas y la censura evidente o implícita, fueron mermando la actividad teatral, pasando la crisis a ser un estado permanente de cosas.

Las charlas públicas sobre teatro que realizaba principalmente la universidad, se suspendieron hasta fines de 1975. El derecho a reunión estaba suspendido y la gente temía asistir a eventos masivos, sobre todo de temas artísticos, pues se los podía acusar de actividades subversivas. En este ambiente de inseguridad por el funcionamiento imprevisible de la represión, es necesario destacar que el rol jugado por los Institutos binacionales fue significativo.

Por contradictorio que parezca, fue el Instituto Chileno Norteamericano el que, desde el primer momento, apareció como un espacio de protección frente a la represión desenfrenada del régimen, gracias al apoyo del Director de la época, Guy Burtun.

Cuando se cerró definitivamente la Carrera de Teatro del Departamento de Arte de la Universidad de Chile, Sede Valparaíso, en el año 1977 y el Elenco de Teatro de la Universidad de Chile en junio del año 1978, muchos de los actores de la Universidad se refugiaron en la sede de este Instituto, encontrando allí un lugar gratuito para sus ensayos, una sala para exhibir sus obras, contactos para dar funciones en otros espacios y, en definitiva, la protección de una institución que podía hacer frente con mayor fuerza que una persona natural al castigo impredecible de la dictadura.