Con el cambio de gobierno, lo que hasta entonces había sido la cultura dominante pasó a ser la cultura de oposición, que dentro de un sistema autoritario había que perseguir y desarticular. La historia del teatro de este periodo estuvo atravesada por el factor ideológico. Muchas de las Puestas en Escena y teatristas que alcanzaron renombre en el extranjero, no fueron igualmente reconocidos dentro del país. Por otra parte, las diversas posiciones respecto de la dictadura militar planteadas en las obras teatrales, resultan ser más valoradas que los elementos estético formales que las caracterizaban.
Dentro del esquema neoliberal que instituyó la dictadura en Chile, la cultura también debía regirse exclusivamente por las leyes del mercado, en razón de lo cual se levantaron las medidas de apoyo existentes, y se la condujo a un rápido empobrecimiento. En 1974 se abolió la Ley de Protección al Teatro Chileno del año 1935, gravándose con un 22% de impuesto las recaudaciones de taquilla. Esto produjo un alza en los precios de las entradas en todas las compañías no universitarias, lo que dificultaba aún más la asistencia de público, que ya se había visto disminuido por la cesantía y el toque de queda.
Por otra parte, las universidades de todo el país fueron intervenidas militarmente, nombrándose rectores delegados por el gobierno. La Universidad de Chile, que durante el gobierno de Allende se había sumado al proyecto de la Unidad Popular, vió arrasado su plantel académico y estudiantil al contar dentro de sus miembros con más de un 50% de desaparecidos, exiliados y exonerados. La Universidad Católica sufrió una represión menos devastadora, al ser una institución protegida por la Iglesia y perteneciente a una clase más acomodada, pero de todas formas se vio afectada.
Debido al cese del apoyo estatal, el teatro debía convertirse en una actividad rentable. Se hizo, entonces, teatro para la clase media y alta, que eran las que tenían recursos y podían financiar los espectáculos. Dentro de esta producción existieron lógicamente dos tendencias: la de apoyo al régimen autoritario, que intentaba difundir la ideología de éste a través de obras que avalasen su postura; y la de resistencia a la dictadura, que tenía una connotación política no explícita, a través de alusiones relacionadas con la situación que vive el país.
Los teatros universitarios se dedicaron a producir obras que por su carácter de clásicos universales no pudiesen ser cuestionadas por la censura y al ponerlas en escena, se les intentaba dar una interpretación que subrayase su posible contenido antiautoritario. Un ejemplo de ello fue el montaje de La vida es sueño, realizado por el teatro de la Universidad Católica en 1974. Otra política a seguir para evitarse situaciones conflictivas fue trabajar sobre piezas de teatro folklórico y costumbrista, que no tuvieran ninguna relación con la contingencia que vivía el país.
El teatro independiente alcanzó altos índices de cesantía. Numerosos actores fueron incluidos en listas negras que prohibían su aparición en cualquier proyección o imagen televisiva, por razones de censura política. Como alternativa económica, montaban obras infantiles y comerciales. Como hecho sin precedentes, compañías completas partieron al exilio, ya sea por persecución directa o por no encontrar medios para sobrevivir.
La censura aplicada a los espectáculos no se ajustaba a un procedimiento explícito. A diferencia de otros modos de funcionamiento en América Latina, la censura teatral en Chile no se ejercía sobre los textos, sino que tras el estreno de un montaje, podía prohibirse la exhibición de la obra por “ofensas a la moral y al orden público”. Como una forma de sortear el conflicto, surgió un lenguaje metafórico que permitía abordar los problemas sin que fuesen evidentes las alusiones políticas.
Una de las pocas compañías de teatro de bolsillo que logró sobrevivir fue Ictus, quien procuró mantener su línea político-social. Posteriormente, cuando la primera ola de represión se había calmado, cumplió un importante papel en la lucha antidictatorial confeccionando videos con situaciones dramáticas en las que se hablaba de la necesidad de despertar del letargo, y se denunciaban las actividades alienantes del régimen. Treinta compañías de estas características se crearon en 1974, pero muy pocas lograron mantenerse. Entre ellas, Teatro Imagen, que funcionó amparada bajo el instituto binacional chileno-francés y el TIT (Taller de Investigación Teatral) formado por alumnos y profesores de la Escuela de Teatro de la Universidad Católica.
Los grupos de teatro aficionado se desarticularon en esta etapa por la desaparición de sus miembros que estaban o muertos, o en el exilio, o no se atrevían a reunir por temor a las consecuencias.