Dentro del gobierno de Salvador Allende el teatro cobró un rol importantísimo como vía de propaganda, formación y difusión de los ideales en el poder. Colectivos de artistas partidarios de la política gubernamental, recorrieron lugares marginales, cumpliendo de este modo el objetivo de llevar el arte “al pueblo”.
En esta etapa se mantuvieron los estilos esbozados en la década anterior, tales como el brechtiano, el absurdo, el costumbrista y la metodología de creación colectiva.
Se llegó a un número de trescientos grupos estables de teatro popular aficionado, creándose la Asociación Nacional de Teatro Aficionado (ANTACH) y se comenzó a desarrollar el café-concert, género comercial que buscaba un teatro íntimo y humorístico.
Se fortaleció la noción del artista visto como un trabajador más, y gran parte de los creadores abandonó la concepción de “arte por el arte”, optando por la producción de un arte “comprometido”. Dentro de esta línea, uno de los objetivos fue lograr hacer un teatro que apoyara la propuesta del gobierno, y no un arte de protesta y de denuncia de la clase en el poder, como el que se había dado hasta entonces.
Se formaron compañías emblemáticas como Teatro del Ángel, El Aleph, El Túnel, etc.
Otro importante elemento de difusión cultural fue la televisión, la que desde sus inicios fue entregada a las universidades, en un intento de utilizar provechosamente su programación y con la intención de que éstas desarrollaran un proyecto serio y con fines didácticos que permitiera elevar el nivel cultural del país.